Fue en 2013 cuando el estudiante de Ingeniería Civil Biomédica, Sebastián Leiva, tuvo su primer acercamiento al mundo de los rescatistas, al realizar un curso de emergencia y desastres urbanos que se impartió en Talcahuano.
Pero no fue sino hasta este año, cuando pudo vivir por primera vez la experiencia real de un “topo”, una persona que busca personas bajo las ruinas de edificios colapsados.
Antes había participado solo en misiones dedicadas a la búsqueda de personas desaparecidas (en Tongoy después del tsunami de 2015 y en los casos del detective Emmanuel Ferrada y de Kurt Martinson).
Sebastián (23 años) formó parte de la delegación de la filial chilena de Rescate Internacional Topos que viajó a México -donde nació la organización en 1985- para ayudar a las labores de recuperación de personas desde las ruinas dejadas por los terremotos que golpearon ese país en septiembre.
Cuenta que no tuvo miedo, aunque sí algo de ansiedad antes de llegar al lugar de operaciones. “No sentí que hubiera algo que temer; los compañeros estaban detrás mío y ya todos sabemos, más o menos, como se comportan los edificios, todo se refuerza bien y teniendo esa gente al lado no hay por qué tener miedo (…) Es un grupo de gente muy experimentada, muy unido, que está todo el tiempo apoyándose”, señaló.
De esta experiencia -en la que fue parte del rescate de dos personas, un perro y un loro, en Linda Vista- destacó la solidaridad del pueblo mexicano.
“Todos estaban haciendo algo para ayudar; si bien no todos podían estar metidos en el rescate, siempre había alguien trayéndonos agua o algo de comer. Y el último día, cuando todavía estábamos tratando de reponernos del choque emocional, tratando de subir un poco el ánimo, llegó una niñita con unos quequitos de chocolate y una tarjeta para darnos las gracias…todos nos quebramos”.
El universitario comentó que su acercamiento a los rescatistas surgió porque siempre ha tenido una tendencia natural por ayudar a otras personas. “No me gusta estar parado y menos cuando hay alguien que necesita ayuda, no puedo quedarme mirando”.
Por eso, su coincidencia con los topos que -como indicó- tienen como valor fundamental la empatía. “Esto es lo más importante: ponernos en lugar de las víctimas y pensar en el que está adentro (atrapado) como un hermano, como un papá, una mamá o un hijo, por los que uno daría todo para sacarlos de ahí”, aseveró.
Es la empatía la que hace que los topos se movilicen “para dejar la pega, la vida normal y salir a estas emergencias; algunos tienen que pedir sus vacaciones para dejar el trabajo. Esto es algo voluntario, no tiene pago”.
La retribución viene de la satisfacción de rescatar gente con vida o recuperar cuerpos que permiten a las familias hacer su duelo y, sobre todo en el agradecimiento de las personas, explicó.
“Toda la fuerza, toda la preparación física que puedes haber tenido para hacer la pega no vale nada, porque ahí te rompes, lloras. A veces hay aplausos o nos dicen que somos héroes, pero eso no llega, lo vemos como algo lejano; pero nos abrazan y nos dan las gracias, ahí lo sentimos de verdad. Finalmente esa es nuestra paga”.
Sebastián destaca las facilidades que ha tenido desde la UdeC cuando ha tenido que hacerse parte de las misiones. “En esta oportunidad no tuve contratiempos, he tenido mucho apoyo de la jefa de carrera, Pamela Guevara, que mandó correos a todos los profesores (…) me preocupé de terminar mi último certamen antes de partir”, dijo. También recordó las diligencias de Latam para cambiar un pasaje de manera que alcanzara a tomar su vuelo.
Desde sus vivencias, el joven está convencido de que el “topeo” es una tarea necesaria que requiere de más voluntarios, que se preparen en los cursos que periódicamente se imparten.
“Lo que más se valora son las ganas, más que ser súper rescatistas, deben ser buenas personas. Eso no lo podemos formar nosotros”, dijo, a la vez que puso de relieve el valor de la constancia. “Llegan muchas personas queriendo ser topos, pero así de rápido como llegan, se van”.